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25-9-2013|16:01|Juicio a Grassi Juan Pablo GallegoEntrevistas
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El día después del fin de la causa Grassi

“Grassi era Messi y hoy no es ni un jugador de Sacachispas”

Juan Pablo Gallego fue el abogado querellante y el principal vocero de la acusación. Cómo vivió estos once años de la causa que consumió la mitad de su vida profesional. Su estrategia para desarticular al pedófilo.

  • Majo Malvares
Por: Laureano Barrera

Juan Pablo Gallego acaba de terminar la conferencia de prensa que corona once años de proceso judicial contra Julio César Grassi. El sacerdote abusador, después de tres ratificaciones de sus quince años de condena, desde ayer está preso en una cárcel de Campana. Gallego, el abogado querellante y vocero de la acusación, sale del modesto local del Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño (Casacidn) donde acaba de hablar. En el bar de enfrente pide un café con leche y una medialuna de manteca.

La noche empieza a caer sobre el barrio porteño de Congreso, pero su reloj deportivo marca las dos menos cuarto. “Sólo uso reloj cuando ando de traje”, se excusa el abogado querellante, la voz de la acusación contra el cura. En los últimos quince días, después del fallo de la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires, Gallego se calzó el traje a diario. Hoy se lo ve cansado y fuerte, ávido como un chico por contar cómo consumó su obra cumbre: encarcelar a un sacerdote todopoderoso, que antes de la denuncia televisiva “era Messi, y hoy no es ni un jugador de Sacachispas”.
Gallego se reconoce, en gran medida, artífice de esa caída. La odisea le consumió la mitad de su vida profesional. “Fueron once años de cuasi convivencia con Grassi”, empieza a contar.  

-¿Envejeció más de once años?

-Por momentos quizás sí. Ya cuento cuánto falta para jubilarme (risas). Me siento bien. Fue actuar y aprender a la vez. El juicio me agarró en un buen momento y, en algún punto, todas las postergaciones hasta el juicio, en 2008, me favorecieron. Me agarró en la plenitud para jugar el Mundial. Creo que si ahora se me planteara otro caso Grassi, con las mismas características, no tendría la energía para tomarlo. Aquello era un clima surrealista: de un lado yo, once años más joven. Del otro, Luis Moreno Ocampo, Miguel Ángel Pierri, Jorge Sandro, Julio Virgolini, Gabriel Malonei. No sólo eran veinte contra uno. Le pateaban la puerta a losfiscales, decían barbaridades delante de mí: “juicio político”, “te vamos a destituir”. Iban por todo.

Cuando se recibió, en 1991, Gallego compró el diario y salió a buscar trabajo. En su familia nadie provenía del mundo jurídico, donde la estirpe suele gravitar más que la preparación. Trabajó una semana en un estudio, hasta que se dio cuenta que su jefe “era un delincuente”. Después lo contrataron en un buffet “multipropósito” de la provincia. A los tres días de haber entrado lo enviaron a una audiencia contra el presidente del colegio de abogados. Recorría los tribunales de Talcahuano y volvía a su casa de Castelar en el viejo tren Sarmiento. A los cinco años, evoca, “ya tenía la experiencia de veinte”.

Foto: Sol Vazquez.

En 1996 llevaba una disputa por abuso sexual y la tenencia de tres chicos. Alguien lo contactó con la presidenta de Abuelas. Conoció a Estela de Carlotto y juntos sacaron adelante el caso. Fue el primero de varios. “Ella estaba gestionando lo del Comité (Casacidn)y a los pocos días me ofreció que fuera yo el abogado por esa institución”. Hoy cree que ese eslabón, al que después sumó una conversación solemne con Estela, lo impulsaron a aceptar el caso Grassi en 2002.

“Por seguridad no le decía a nadie que había decidido tomarlo. Nos reunimos con los chicos denunciantes, con los psiquiatras, y me convencí: decían la verdad. Convocamos a muchos que aceptaban sumarse a la querella, pero a la hora de presentar un escrito había mucho miedo contra Grassi. De su lado estaba todo el poder, una lucha totalmente desigual. Estaba la sensación de que este tipo era culpable pero que era imposible condenarlo. Y a mí no me gusta aceptar el caso con personas que están sufriendo para contenerlos. Si el rol de uno como abogado es sólo ese, me parece muy pobre. A mí me gusta ganar.

- ¿Pensaba entonces que podías ganar?

-Yo estudié el caso, hice una estrategia, estaba convencido. Después, cuando hablaba con amigos me decían que estaba loco. Moreno Ocampo decía en televisión que la causa se caía. Jamás dudé en llegar a lo que se logró ayer. Pero nunca imaginé que iba a demorar once años. Fui muy vehemente ante situaciones injustas por parte del tribunal y ayer tenía una paz espiritual que parecía un gurú. Hasta el fallo de la Corte provincial estuve algo nervioso, sabía que Grassi estaba haciendo lobby. El libro que mandó a editar la Conferencia Episcopal jurídicamente era un mamarracho, pero que te pongan en el escritorio ‘esto es lo que nosotros pensamos y esto lo que tiene que hacer’ no es poco.

-¿Cuáles fueron los peores momentos?

-Octubre, noviembre y diciembre de 2002, fue tal vez el período más tenso. El acoso mediático era tremendo. La investigación periodística había tenido mucho rating y dañado su imagen. Pero la reacción de su gente y de sus abogados duró veinte días. Fue un ataque mediático destructivo, con veinte abogados trabajando en la fiscalía de Morón para destruir la causa. Denunciaron al juez, al fiscal, pidieron la nulidad del testimonio de Gabriel y obtuvieron supuestamente la retractación de la otra víctima, Ezequiel. Después supe que Pierri se presentó como supuesto defensor de Ezequiel, a quien yo ya defendía (que es prevaricato). Por la complicidad de la justicia de menores de Morón, lo aceptaron. En el expediente penal estaba la acusación contra Grassi, y en el de Menores, la retractación. Lo había apretado un empleado judicial. Habían armado un acta y le habían hecho agregar la firma a este pibe. Fue tapa de todos los diarios.

Ahí apareció Gallego públicamente: en una conferencia de prensa en su estudio, denunció el apriete y la maniobra de Pierri. Esa noche fue al programa de Majul. En la pantalla decía “se cae la causa Grassi”. Cuando estaba en el estudio, justo antes de salir al aire, una productora le alcanzó un fax con la supuesta retractación de Ezequiel. En el orillo decía “Fundación Felices los Niños”.

-Yo apelé esa resolución del juez de menores ante la Cámara Civil y la anularon. Se demostró que las denuncias a fiscales y a jueces eran falsas, y la acusación fue tomando fuerza.

Cuando la situación se puso espinosa -balazos, una de las víctimas secuestrada y arrojada desde un auto-, Gallego pidió tres audiencias: con Néstor Kirchner, con el arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio, y con el de Morón, monseñor Laguna. “Buscaba que me garantizaran seguridad. Que sus jefes le dijeran a Grassi ‘defiéndase, pero no balee a nadie´.

Omar Parrilli lo recibió en Presidencia. Le dijo que Kirchner estaba al tanto de todo: “¿qué necesitás?”, le preguntó. “Que no me maten a la gente”, respondió el abogado. Delante suyo, por intercomunicador, habló con quien era entonces el jefe de la policía Federal. “Ahí dije, sigo en la cancha”. Laguna también se encontró con él. En el patio de la casa del monseñor, al despedirse después de una charla cordial, Gallego recuerda que Laguna le dijo: “ojalá que ese hombre vaya preso”.  El único que no le concedió un encuentro fue el actual Papa Francisco.

Instrucciones para desarticular a un pedófio

El primer día del juicio oral, el cura miró a los ojos a Gallego durante dos horas. “Sentí algo que no era miedo. Me miraba un loco. A los chicos les hacía los mismo. Era una técnica de psicópata”.

-Se volvió un estudioso también de la gestualidad de Grassi, ¿sabe qué piensa con ver una expresión suya?

-No sé si es un mérito, pero creo que soy la persona que más conoce a Grassi. Antes del juicio oral, él me inició un juicio por daños y perjuicios, porque publiqué un libro sobre derechos de los niños y cité la pericia que decía que era un delincuente sexual. Fuimos a una mediación y me reclamó un millón y medio de pesos. Le dije que era una pericia pública, no me retractaba y lo iba a contrademandar por injuriarme. Se enloqueció y gritó. Me sirvió este contacto físico previo al juicio, empecé a entender su razonamiento. Un perito famoso, Elio Linares, evaluó pericias e hizo una descripción fantástica de Grassi. Para el cura hablar de pedofilia era hablar de terceros. Y yo lo ponía todo el tiempo en ese lugar.  Me atribuyo mucho mérito en haber desarticulado a Grassi. Llegó a tenerme miedo, porque me convertí en el referente comunicacional del juicio.

-En un caso que se jugaba tanto en los medios, ¿aprovecó su lógica para delinear tu estrategia?

-Si durante un año tratás con cincuenta periodistas, aprendés qué cosa de lo decís va a ser título al día siguiente. Noté que Grassi a veces se esforzaba más por aparecer como inocente ante la sociedad, que ante los jueces. Al principio, muchísimos medios lo defendían. Después se fueron dando cuenta que lo que yo decía no era pescado podrido. Durante el juicio oral Grassi quería era tener la última palabra, entonces yo llegaba último a las audiencias. Cuando él entraba, se le iban todos los medios encima. Después venía yo y medianamente ya sabía qué había dicho por los propios periodistas. Fui evangelizando a todos, incluso a los movileros de grupos como el de Hadad, que en ese momento eran cercanos al cura.

-¿Quién es Julio César Grassi?

-Creo que es la persona más monstruosa que me tocó conocer. Me hizo aprender mucho de hasta dónde puede llegar la maldad, el ánimo de daño, el goce por el dolor ajeno. Me dio elementos para entender el mal. Sin ser psicólogo pero con la ayuda de algunos, y de mi experiencia, he estudiado un monstruo y lo he domesticado en algún punto, porque he conocido sus flancos débiles.