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3-12-2013|16:06|Lesa Humanidad Nacionales
Habló desde la cárcel de Bower, donde está detenido

Barreiro: “No debió haber desaparecidos, sino fusilados”

Ernesto Guillermo “Nabo” Barreiro fue el jefe de interrogadores del centro clandestino La Perla, en Córdoba. Está siendo juzgado ahora por cientos de crímenes. Ofreció una entrevista a un periodista español. Se definió como “un buen oficial de Inteligencia, no un buen torturador”. Y agregó: “El empleo de la tortura no garantiza obtener la verdad”.

  • El ex teniente es uno de los 45 imputados acusados por delitos de lesa humanidad. Télam.
Por: Infojus Noticias

Enfrentarse por fin a la Justicia puso locuaz a Ernesto Guillermo “Nabo” Barreiro. En el juicio de La Perla -en el que se lo juzga por 228 privaciones ilegitimas de libertad agravadas, 211 casos de tormentos agravados y 13 de tormentos seguidos de muerte, 65 homicidios calificados, y el secuestro de un menor de 10 años- amplió ya varias veces su declaración indagatoria. Sin embargo, parece que el jefe de interrogadores del centro clandestino más atroz de Córdoba no estaba conforme. La semana pasada, desde el locutorio del penal de Bouwer, ofreció una extensa entrevista -la única desde que fue procesado- al periodista español Vicente Romero, autor, entre otros libros, de la investigación sobre los represores argentinos “El alma de los verdugos”. Durante la charla, publicada en el diario español El Mundo, Barreiro se despachó sin pudores con revelaciones inquietantes: “No debió haber desaparecidos, sino fusilados”, dijo. Se definió como “un buen oficial de Inteligencia, no un buen torturador”. Y, en tono reflexivo, agregó: “El empleo de la tortura no garantiza obtener la verdad”.

No fue todo. Aclaró por qué hablaba de una aplicación de la picana “a la criolla”: “Los oficiales de Inteligencia tuvimos que arreglárnoslas por nosotros mismos e hicimos las cosas 'a la criolla'. Por ejemplo, con el uso de las picanas eléctricas que se empleaban en la ganadería”, afirmó.

-Ya fuera a la francesa o a la criolla, la tortura se practicó de modo sistemático- le preguntó el periodista.

-Hicimos todo lo que no está incluido en la Convención de Ginebra. Pero entienda que en este momento yo no pueda decirlo- confesó.

El ex teniente es uno de los 45 imputados acusados por delitos de lesa humanidad en perjuicio de 416 víctimas en el centro clandestino cordobés. De ideología nazi, fue jefe de torturadores de La Perla. Sus víctimas lo recuerdan como un torturador inclemente. En abril de 1987 fue arrestado por los delitos vinculados al terrorismo de Estado y fue dado de baja del Ejército. Rechazó presentarse ante la Justicia y los militares del cuartel donde estaba arrestado lo apoyaron. Fue el germen que terminaría con la ley de Punto Final y Obediencia Debida, como una solución política del gobierno de Raúl Alfonsín a los rebeldes carapintadas. Barreiro quedó en libertad.

Ahora, ante la prensa española, el represor se excusa con cinismo de no hablar sobre el destino de sus víctimas: “Me encantaría contar todo lo que sé, pero mis superiores no quieren hablar y la suerte de mis subalternos depende de lo que yo diga. Si me condenan a cadena perpetua y ellos se libran me sentiré feliz”.

-¿No llevaban ustedes un registro de los detenidos?- quiso saber Romero.

-Sí, naturalmente. Teníamos todo perfectamente detallado, con datos de cuantos prisioneros pasaron por La Perla. Pero esos archivos ya no existen. Y nosotros somos quienes más lamentamos su pérdida. Porque si hubiera documentos oficiales, servirían para establecer la verdad histórica de lo que ocurrió.

Barreiro dijo que esos registros administrativos de la muerte fueron incinerados por orden del general Cristino Nicolaides, desde el alto mando hasta los últimos destacamentos. Los archivos hallados hace poco más de un mes en un subsuelo del edificio Cóndor, con listas negras y operaciones secretas de la Junta Militar, lo desmienten de plano.

En 2004, después de la derogación de las leyes de impunidad, Barreiro escapó del país con su familia. Lo detectaron tres años después en un pueblo de Virginia, Estados Unidos. Fue deportado y extraditado a la Argentina. Estuvo preso en Campo de Mayo hasta la apertura del juicio, en diciembre de 2012.

A Barreiro, nacido en Bahía Blanca, se lo ve en las audiencias de los juicios siempre de punta en blanco: trajes caros, a veces luce moño. Le gusta posar para las fotos haciendo la V peronista. Su tic es mirarse todo el tiempo las uñas de las manos: le gusta tenerlas limpias y cortas.

-Los interrogadores de la Perla, ¿podían hacer lo que quisieran con los detenidos?- fue otra de las preguntas que el ex militar respondió desde la cárcel.

-Nuestras órdenes eran obtener información como fuera.

-¿No les pedían cuentas de los daños que causaran?

-No hacía falta. Los altos mandos concurrían constantemente a la Perla y sabían perfectamente lo que pasaba allí. Tampoco podíamos pedir por favor a los prisioneros que hablaran.

Y vaya si no lo hizo: Piero Ítalo Di Monti, un sobreviviente que testificó en el juicio, vio a Barreiro, hace muchos años, en plena faena. Y no eran precisamente métodos afables: “Cuando pararon de torturarme trajeron a mi mujer con su pantaloncito celeste, su pancita de cinco meses de embarazo y la acostaron cerca. Fue cuando lo vi a Barreiro con la picana en las manos. Iba hacia ella. Mientras me seguían torturando vi que la circundaban. Y ahí no pude soportar, y grité ¡basta, basta!”, contó el ex detenido, al borde del llanto.

Cuando terminó la audiencia que declaró Di Monti, el torturador lo llamó por su apodo: “Tano, Tano”. Quería hablar con él. Piero se fue sin siquiera mirarlo.

Ahora mismo, en un cuarto intermedio, los testigos siguen relatando el horror de La Perla. 

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