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26-5-2015|16:50|Lesa Humanidad Nacionales
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Estaba prófugo desde diciembre de 2013

Detuvieron al represor prófugo del “1 y 60” Enrique Francisco Welsh

La Dirección de Infantería y de Caballería, donde el ex teniente fue torturador, es un enclave histórico de la policía bonaerense de La Plata y se conoce como “1 y 60”. Welsh fue reconocido por sobrevivientes como un interrogador y como alguien que secuestraba vestido de civil.

Por: Laureano Barrera

Enrique Francisco Welsh estaba un refugio transitorio de Capital Federal cuando el viernes por la noche efectivos de la División Operaciones de la Dirección General de Seguridad Interior de la Superintendencia de Interior y Delitos Complejos de la Policía Federal llegaron hasta él. Cayó así el último represor prófugo de la causa donde se investigan los delitos de lesa humanidad ocurridos en la Dirección de Infantería y de Caballería de La Plata. El año pasado fue capturado el ex oficial Alberto Pulvermacher.

Welsh, que se encontraba prófugo desde 2013, fue trasladado a La Plata el sábado a la mañana y prefirió guardar silencio cuando se sentó ante el juez federal subrogante Laureano Durán. La fiscalía había pedido su captura en el año 2008, mucho tiempo antes de ser aceptada por el juzgado que entonces estaba a cargo del fallecido Manuel Blanco. Varios sobrevivientes del centro de detención recordaron a ese interrogador joven, que entonces tenía sólo 26 años, y también lo identificaron durante los secuestros vestido de civil.

Welsh ostentaba en 1976 el grado de teniente y se retiró en 2002 como coronel. En el organigrama militar, Welsh fue el "S1" del Regimiento 7, que implica un rol como Oficial de Personal en la plana mayor.

1 y 60

El lugar en donde el ex teniente Welsh fue torturador, es un enclave histórico de la policía bonaerense en la capital de provincia. Desde el 11 de julio de 1902 funcionaba el Cuerpo de Caballería de la policía y desde el 2 de mayo de 1917 la Dirección de Infantería. La causa judicial también tiene demasiado tiempo: ha avanzado morosamente desde el año 2003. Además de Welsh, la pesquisa tiene otros 23 procesados -del Destacamento de Inteligencia 101, del Regimiento de Infantería 7, de la policía bonaerense y el conspicuo integrante de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) Carlos “el Indio” Castillo- y este año finalmente podría ser elevada a juicio oral.

El centro clandestino de “1 y 60” –como lo llaman en la jerga los organismos de derechos humanos y funcionarios judiciales, por el cruce de calles en el que está ubicado-, empezó a operar el mismo 24 de marzo de 1976 y alojó –según la justicia- al menos 183 detenidos ilegales. La noche del Golpe, una razzia general de las fuerzas conjuntas envió allí decenas de delegados gremiales y trabajadores de las empresas y fábricas del polo industrial de Berisso y Ensenada: Propulsora Siderúrgica, Astilleros Río Santiago, Frigorífico SWIFT. Como allí funcionaba un cuerpo de Infantería y otro de Caballería, contaba con varios galpones devenidos en calabozos, muy húmedos y fríos, y una cuadra amplia que en algún momento había albergado a la tropa y se había reconfigurado para tener a los secuestrados.

A través de los testimonios del expediente –y el aporte vital de los organismos de derechos humanos que los relevan hace más de una década-, se ha podido conocer de alguna manera cómo operaba el chupadero y algunos otros detalles exclusivos.

Los detenidos eran ingresados por un portón ubicado en calle 60 entre 1 y 115, y dejados en un recinto de tres metros por cinco, o en una “cuadra” que estaba dividida para varones y mujeres y aparentemente no estaban comunicados entre sí. En ese lugar, los detenidos eran vendados y esposados a camas metálicas tipo cuchetas. En la cuadra llegaron a estar más de cien hombres y cincuenta mujeres al mismo tiempo. Al final de la cuadra había un baño y al costado un patio, donde a veces sacaban a los secuestrados.

Según varios testimonios, una de las celdas era usada como “salita de terapia”: allí eran llevados durante 24 o 48 horas los prisioneros sometidos a sesiones de tortura la noche anterior. Según un ex detenido, había además un sector de Caballerizas, divididos en boxes chicos, sucios, con olor a bosta de caballo, donde las mujeres –incluso secuestradas embarazadas- pasaban el invierno abrigadas con las mantas de los animales.

Los detenidos recuerdan que en ese lugar actuaron médicos controlando el límite de la tortura, y en una circunstancia particular: cuando se produjo un brote de conjuntivitis o infección ocular entre los detenidos, y el médico que intervino se encapuchó para revisarlos. El fotógrafo policial, Raúl Horacio Napp, declaró que a los detenidos políticos les tomaban fotografías en el patio, de frente y de perfil, cuando llegaban al campo de concentración.

Las patotas

El centro clandestino estaba bajo el mando del Regimiento Nº 7 de La Plata, encuadrado al mismo tiempo en el área 113 del Ejército, a cargo del coronel Roque Carlos Presti. Sin embargo, el sello represivo del lugar eran los “grupos especiales”, que fueron descriptos por un ex policía que prestó servicios en la Dirección de Infantería en los años 1976 y 1977 en la causa judicial. El policía confesó que eran cuatro grupos, al mando de oficiales, e identificó a tres: el Grupo “Halcón”, el Grupo “Puma” y el Grupo “Escorpión”. Entre los jefes de estas formaciones, nombró a Alberto Pulvermacher y a dos policías bonaerenses de apellidos Monzón y Osterrier. Se vestían de fajina militar, y en algunos casos llevaban una insignia con la figura correspondiente al grupo que pertenecían.

El otro que recorrió el centro clandestino fue Monseñor Antonio José Plaza, a pesar de que a los familiares que iban a pedirle ayuda hasta el arzobispado platense les aconsejaba rezar. Plaza fue visto luciendo su sotana en la Dirección de Infantería, escoltando al General Camps en sus visitas al centro clandestino. El sacerdote les decía a los detenidos que colaborasen u “obligarían al personal a torturarlos”, y bendecía a los torturadores en las misas que oficiaba dentro de la dependencia. Un día, recordó un sobreviviente, repartió medallitas a los detenidos con quienes encontraba “cierto tipo de afinidad”.

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