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17 de Marzo 2016 - 15:12 hs
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20-10-2013|10:24|Lesa Humanidad Nacionales
Uno de los fundadores del sindicato de empleados judiciales

Las dos desapariciones del "Chino" Díaz Lestrem

Hoy se cumplen 35 años del segundo secuestro del abogado y defensor oficial Guillermo Díaz Lestrem, el 20 de octubre de 1978. Su cuerpo apareció un mes después. Su primera desaparición había sido ordenada por Videla en 1976, con un decreto secreto. También su mujer, Nelly Ortiz, está desaparecida. Infojus Noticias habló con su hijo Martín.

Por: Vanina Escales

En el departamento del primer piso la familia estaba de sobremesa. La noche del 30 de marzo de 1976 todavía no terminaba. Guillermo el Chino Díaz Lestrem se movía para todos lados con un custodio, que a esa hora estaba en la vereda. Trabajaba como defensor oficial de la Justicia en lo Criminal. Era peronista, como más de la mitad del país en ese momento. Pero no militante montonero como su mujer, Nelly Ortiz, que era fiscal de primera instancia en lo Penal Económico. Las discusiones por política en la casa hacían creer que el matrimonio iba a terminar en separación. Esa noche del 30, el custodio subió corriendo las escaleras, con la cara ensangrentada, avisando que llegaban los militares. El Chino miró a Nelly y le dijo: “Negra, te vienen a buscar, ¿bancamos o abrimos?”. Bancar era defenderse del secuestro a tiros. Parte de la familia era también Wenceslao Caballero, que casi vivía con ellos y era como un hijo del matrimonio, también trabajador de Justicia y desaparecido un año después.

Sin la ayuda de Wenceslao y con un hijo de 13 años la opción por “bancar” era suicida. Abrieron la puerta. Todos al piso, los brazos en la nuca, diez militares en la casa, cosas que se caen, ruido de armas, metales que chocan y se amartillan, las mejillas contra el suelo, saber que no es posible una defensa. No buscaban a Nelly sino al Chino, a quien esposaron. Uno de los primeros decretos firmados por Jorge Rafael Videla fue la detención de Díaz Lestrem, pero fue un decreto secreto. “¿Me dejan despedirme?”, preguntó. No lo dejaron. El hijo se levantó sin importarle las armas, corrió a abrazarlo y le dijo: “Yo te voy a vengar”.

El que cuenta hoy la escena es Martín Díaz Lestrem, ya de 50 años. La voz de aquel niño suena grandilocuente. En una película se cambiaría por otra línea, se suavizaría la experiencia, ganaría un realismo suave, más Infancia clandestina y menos Díaz Lestrem. Lo cierto es que el lenguaje del niño Martín está atravesado por la violencia de los años ‘70. A los seis años le enseñaron a usar armas y a los doce le regalaron su primera carabina calibre 22 a repetición. A los 13 era perfectamente capaz de sentir que podía vengar al padre. Pero la historia complicó las cosas aún más.

–Preguntáme por qué se llevan a mi viejo y no a mi vieja, que era monto.

–Contáme.

–Así como mi viejo era un idealista de la justicia, era un tipo muy particular. Fue la única persona que allanó Coordinación Federal, que para lo que era Coordinación Federal en la época de López Rega, era tocarle el culo al poder. También fue uno de los artífices de la ley de amnistía para los presos políticos cuando asumió Héctor Cámpora. Mi viejo fue designado abogado sumariante en lo que fue la disolución de la llamada “Cámara antisubversiva”, el Camarón. Se la tenían jurada. Más de una vez lo escuché decir: “Para Firmenich soy un tibio reformista, y para Videla soy un terrorista”.

A Nelly Ortiz, la madre de Martín, le decían la Implacable, como fiscal y como activista. “Cuando se van los milicos y se lo llevan a mi viejo, mi vieja me miró y me dijo ‘nos vamos’. Me puso arriba de mi cama un bolso gris y me dijo ‘llénalo con las cosas que creas necesarias. Tenés cinco minutos para hacerlo’. Y así fue. Nos fuimos y al día siguiente me enteré de lo que es la clandestinidad. Mi vieja no era más Nelly Ortiz, sino que era Rosa Gallo. Yo, de tener una familia ‘medianamente normal’, pasé a vivir sin mi viejo, mi vieja vivía por un lado y a mí me hicieron rotar por 18 casas en un año, año y medio”.

Durante el tiempo en que el Chino estuvo preso, Martín se encontraba con esa mujer rubia, de una belleza similar a la de Catherine Deneuve, pero llamada Rosa Gallo, una vez por mes en alguna plaza. “Nos despedíamos con un dolor enorme, sin saber si nos íbamos a volver a encontrar”.

–¿Cómo te enteraste de que tu mamá había desaparecido?

–Así como en la época previa al golpe yo estaba adoctrinado sobre qué hacer si se suscitaban determinados eventos en mi casa, también sabía qué hacer si mi vieja iba a una cita y no volvía o se retrasaba. Tenía que abrir una caja de seguridad que había en la casa, hacer dos llamados, uno creo que era a la “orga” y otro era a una amiga de mi vieja para avisarle. Agarrar un alhajero, un arma, documentos y plata que había, ponerlos en mi viejo bolsito gris y dejar rápido el lugar, que es lo que hice. Me fui de mi casa y me levantaron en Medrano y Corrientes como una hora después. A mi vieja la llevaron a la ESMA. Por lo que sé, logró zafarse de los que la llevaban y se tiró por una ventana. Se desnucó. Era dura mi vieja.

La Asociación de Magistrados, mientras tanto, había localizado a Díaz Lestrem en Devoto y lograron que pasara “blanqueado” a Sierra Chica. Antes de ser defensor, había sido secretario de la Justicia Federal en lo Penal de la Capital Federal. También fue uno de los fundadores del sindicato de judiciales. El carácter del Chino le trajo amigos leales, conocidos que lo respetaban aunque estuvieran en bandos opuestos, y enemigos de todo pelaje. Defendía ideas con palabras como latigazos, pero no tenía problemas en hacerlo a golpe de puños. Como abogado presentó defensas escritas en verso. Cuando salió en libertad de Devoto, se reencontró con el hijo y empezó a trabajar en el estudio de Ventura Mayoral, que había sido abogado de Perón.

Le advirtieron que había gente sospechosa rondando su nuevo departamento y quiso ganarles de mano. Martín atendía a diario el teléfono y escuchaba amenazas. El Chino se presentó por las suyas ante el Juzgado Federal en lo Penal N° 3, con un habeas corpus preventivo. Le dijeron que no había ninguna causa en su contra. A los pocos días, el 20 de octubre de 1978, lo secuestraron saliendo del estudio de Montevideo y Lavalle.

Lo torturaron varios días en la ESMA, desde donde logró enviar algunos mensajes a Martín: “Estoy peleando por vos, ya vamos a estar juntos”. Un mes después le dijeron “te vas en libertad”, le dieron su ropa y lo dejaron acicalarse. “Dicen que le inyectaron el famoso pentotal. Arrojaron el cadáver al costado del Hipódromo, frente al club Gimnasia y Esgrima. Él estaba bien vestido, creo que era una manera de decir ‘Díaz Lestrem no estaba chupado, estaba escondido’, porque había medios internacionales que se estaban moviendo para que apareciera”.

Martín quedó solo, tenía casi 15 años. Sin red, vivió en la calle un tiempo, durmió en plazas, por temporadas lo ayudaba algún conocido de los padres, pasó la adolescencia a los porrazos, con la violencia de los primeros 80. A los 18 un escribano le dio un dinero que los padres habían dejado para él por si les pasaba algo y se fue a Europa. Volvió a los pocos años a la Argetnina. Hoy es empresario y le va bien.

Hace trece años inició una demanda para que el Poder Judicial le pague los sueldos que su madre no cobró desde que la secuestraron hasta que se declaró oficialmente muerta. El Consejo de la Magistratura reconoció su derecho como heredero, pero aún no cobró. En cambio, nunca quiso cobrar la indemnización con que el Estado intenta reparar económicamente los delitos cometidos en su nombre durante la dictadura. Tiene un carácter parecido al del padre, entre la dureza y la risa fácil, marcando un “estar de vuelta” desde niño, ser un sobreviviente.

“Si tengo que elegir entre mi persona y mis hijos, tengo que elegir por mis hijos, no por mí, como eligieron ellos”, dice como al pasar Díaz Lestrem, con hache de hijo y hache de Historia.

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