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16-6-2014|20:15|Lesa Humanidad Nacionales
Segundo juicio oral por los delitos de lesa humanidad en Mansión Seré

“Tuve dos sesiones de tortura, interrogatorios y varias violaciones”

Nora Etchenique relató crudamente su calvario en Mansión Seré ante el tribunal Oral Nº 5 de San Martín. Su padre Horacio también fue secuestrado durante dos semanas. Eran militantes del Partido Comunista. Declaró además su madre, que no dejó de buscarla.

  • Télam.
Por: Laureano Barrera

Cuando la VII Brigada Aérea de Morón y la policía bonaerense secuestraron a la mitad de la familia Etchenique en su casa de Ramos Mejía, el 1 de abril de 1977, ya tenían tres generaciones viviendo allí, desde 1936. Los abuelos de Nora, que hoy relató crudamente su calvario ante el Tribunal Oral Nº 5 de San Martín, tenían un comercio y eran de los primeros militantes del Partido Comunista. Ahí mismo se conocieron y se casaron sus padres: Horacio, el hombre de la casa, llegó a ser un cuadro del partido, y su madre Rebeca Piterbarg de Etchenique, que hoy testimonió en primer turno, era una de las pocas mujeres médicas de la zona. El barrio en esa época era una aldea, y las ideas políticas de una familia reputada como los Etchenique no eran un secreto para nadie. Por eso, el secuestro de padre e hija -y de un amigo que pasaba por la casa de Alvear 193 cuando llegó la “patota” y que también declaró- es uno de los hitos que hoy se juzgan en el juicio oral de Mansión Seré.

En su declaración testimonial, Nora decidió empezar detallando esa prehistoria familiar para “demostrar que fue un plan sistemático de persecución y exterminio”. Aquel 1 de abril su papá Horacio le dijo a ella -que tenía 17 años-  y a su hermano Luis que fueran a la terraza a ver qué pasaba, porque a pesar de que no era el primer procedimiento que sucedía ahí, intuyó movimientos raros. Cuando se asomaron, la calle estaba llena de uniformes azules de fajina -luego supieron que era la Aeronáutica- y la Bonaerense. Habían cercado ocho manzanas a la redonda y un hombre les apuntaba desde abajo y les decía que si no se quedaban quietos iba a tener que matarlos.

Cuando entraron a la casa, a Rebeca le pidieron que encerrara a su perro, porque si no paraba de ladrar. Revolvieron toda la casa y aunque no les pegaron, Rebeca recordó en su testimonio que “sacaban bombachas y calzoncillos, y se reían. Una se siente avasallada física y moralmente”. En ese desparramo, dos cosas le vieron confiscar a la patota: un libro de Medicina y marxismo y un póster del Che. Con el tiempo se dio cuenta que se llevaron otras cosas: una radio portátil, casetes, libros. “Me dijeron que me llevaban porque había aparecido mi nombre en una libreta”, contó Nora.

“Mi mamá, cándidamente, me preparó una bolsita con un pulover, un cepillo de dientes y una toalla”. La subieron junto a su padre en un patrullero de la policía bonaerense. A Edgardo Salem, que volvía de un viaje a Israel y pasaba a hablar con Luis, lo subieron a una camioneta rotulada en sus puertas con la séptima Brigada de Morón. El primer paso de un periplo de horror era la comisaría de Ramos Mejía.

Atila

En la seccional la llevaron a una habitación que ella recordaba bien: 14 años antes había entrado a llevarle comida a su padre, con 7 años, porque estaba incomunicado. Era la tercera vez que a Horacio lo detenían por asuntos políticos. De ahí la llevaron a la Base Aérea de El Palomar, después a la comisaría de Morón, y por último, separándola de su padre, a Mansión Seré. Nora relató los detalles del horror con mucho coraje:

-Yo tuve dos sesiones de tortura, dos interrogatorios, y varias violaciones. La primera sesión no era un interrogatorio político. Me preguntaban si era virgen, si había tenido relaciones. Me picanearon por todo el cuerpo, en los genitales también. Después me volvieron a encerrar en el bañito, donde insistí y me llevaron un vaso de agua. Me llevaron de ahí a una habitación cercana al baño, que era una pieza larga, con listones de madera, cámara de aire en el piso de pinotea y una ventana con puerta cancel cerrada con llave.

Luego siguió:

-Me sentaron en otra habitación con un colchón y viene el interrogatorio político. Primero me preguntan por Pepe, después el Indio, el Huevo, el Pato. En una me pegan un trompazo en la cara, se vuela la venda y veo a un tipo de anteojos, bigotes y pulover marrón, pero no pude reconocerlo en las fotos.

A partir de allí, Nora dijo que tuvo una infección en el ojo, y la dejaron sin venda mientras no venía la patota. Vio la torre de agua y un camino de palmeras: supuso que podía ser algo que conocía por su militancia. Pudo ver y oír a varios verdugos, al que le decía que hablara, que le salvaría la vida, y al que la agarraba de los pelos y le pegaba sin mediar palabra, y con el tiempo identificó en los álbumes de fotos. Aprendió los trucos más sutiles de supervivencia: cuando le convidaban un cigarrillo lo fumaba para seguir tosiendo porque había escuchado que si tosía no la podían picanear.

En una de las sesiones dijo que iba a entregar su agenda. Al rato dejaron de picanearla. “Dijiste la palabra mágica: vos sos una perejil”.

La búsqueda de Rebeca

Mientras, afuera, Rebeca se descorazonaba preguntando por ellos sin ninguna respuesta. “Reconozco que fue lo que me mantuvo de pie. Empecé a hacer hábeas corpus: a Videla, Massera, Agosti, a la policía de Ramos. Ninguno respondió”, dijo hoy. La señora llegó a la sala de audiencias con su andador, con un paso cansino, pero no le tembló la voz y hasta tuvo lucidez para el sarcasmo: “Acá está la carta a su excelentísimo teniente coronel Jorge Rafael Videla, que no contestó, por supuesto”.

Además, fue a la Base Aérea de Morón, a la de El Palomar. Un comandante de apellido Soler le decía que no sabían nada mientras en una oficina oía que conversaban del caso Etchenique. También acudió a Coordinación Federal, se entrevistó con el Obispo Raspandi -que hizo muchas gestiones y la mujer recordó gratamente-, y terminó en el edificio Cóndor, la sede de la Fuerza Aérea. Rebeca conocía a la esposa del brigadier Graffigna porque sus hijos iban juntos a la pileta, y ella había sido paciente de un tío suyo que era médico. Pero el jefe de la Fuerza Aérea nunca la recibió: en su lugar, un comandante de apellido Salinas la recibió con dureza.

–Qué valientes que son ustedes que se atrevieron a entrar aquí.

–Por un hijo uno hace cualquier cosa- respondió Rebeca.

Unos días más tarde, como Salinas le anticipó a Rebeca, dejaron a Nora en la vereda de su casa. En el auto, el “Enano” -Marcelo Barberis, uno de los imputados, que luego identificó en fotos- y le decían que era una perejil, recuperable al fin de cuentas, si leía la Biblia y se ponía a rezar. La bajaron vendada y Nora esperó el tiro de gracia que no llegó. Después sintió alejarse el auto. Golpeó la persiana de su habitación la madrugada del 14 de abril, diciendo que era ella, mamá, soy yo. Estaba flaquísima, sucia, apenas caminaba por los golpes y la tortura, tenía una infección en el ojo y un problema renal. Estaba quebrada por la angustia.

Una hora y media más tarde llegó Horacio. Lo habían ido a buscar a la comisaría. En las dos semanas de cautiverio, sólo había comido una pata de pollo que una prostituta piadosa le convidó. No le habían dado agua y más de una vez había tenido que tomar su propia orina. Tenía la boca con una infección brutal. Entró fuera de sí:

-Vámonos porque a Nora la mataron.

-Papá estoy acá.

-No, vos estás muerta.

En la celda de la seccional, los represores le habían tirado la cadenita que decía “Nora”, y le habían arrancado del cuello en la comisaría. Después de bañarlo y darle un calmante, lo pudieron apaciguar. Los seguimientos a la familia siguieron hasta después del verano siguiente. Barberis solía llamarla por teléfono y hasta fue a verla.

Hoy, Nora dirige el área de Hemoterapia del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires. Hace unos años recibió un mail a su casilla personal: necesitan diez donantes de sangre para un héroe de la patria que tenía que ser transferido en el hospital Militar Central: era Marcelo Barberis, el Enano. Que escuchó la declaración a unos metros de Nora, con el resto de los imputados.

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