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12-7-2015|16:00|Lesa Humanidad Nacionales
El próximo jueves será la sentencia

Descubrió en Mansión Seré que un represor había sido su amigo

El represor Daniel Scali, torturador de "Mansión Seré", era un viejo amigo del secuestrado Jorge Infantino. Ambos se reconocieron en el centro clandestino. Pero ese vínculo no significó un privilegio: lo torturaron con saña. Infantino permanece desaparecido. Este jueves, Scali junto a otros represores recibirán veredicto.

Por: Laureano Barrera

-Hola Infantino, ¿cómo estás?

-¿Cómo te están tratando o cómo te estamos tratando?

-Bien, Tanito, bien.

-Ya hablé por tu caso, estoy tratando de ver si puedo hacer algo por vos.

El diálogo, reconstruido a través de los años por el sobreviviente Claudio Tamburrini, se produjo entre diciembre de 1977 y febrero de 1978 en una de las habitaciones de Mansión Seré, la casa operativa en la que la Fuerza Aérea –el grupo de Tareas FT100- comandó la represión ilegal en la zona oeste del gran Buenos Aires. Cuando el represor Daniel Scali cerró la puerta, el secuestrado Jorge Infantino les contó a sus compañeros de cautiverio la historia que entrañaba esa extraña conversación. Scali -el “Tanito” o el “Tano”-, que integraba el staff de torturadores del lugar, era un viejo amigo de la infancia con quien había jugado al fútbol en la plaza Santojani del barrio de Mataderos. Después, Jorge Rosario Infantino y Daniel Scali tomaron caminos distintos y volvieron a encontrarse dentro de las paredes de Mansión Seré.

El próximo jueves, después 16 meses de juicio, el Tribunal Oral Federal 5 dará un veredicto. Además de Scali, se juzga a los ex brigadieres de la Fuerza Aérea Hipólito Mariani, César Miguel Comes y Miguel Ángel Ossés, y a los ex policías bonaerenses Néstor Rubén Oubiña, Felipe Ramón Sosa, Héctor Oscar Seisdedos y Marcelo Eduardo Barberis.

El “Tano” torturado

Jorge Infantino nació el 19 de marzo de 1956 en el barrio porteño de Liniers. Fue empleado telefónico y delegado de las oficinas de la calle Acoyte. Venía de una familia sindical: su padre Vicente había del gremio telefónico y su abuelo Rosario, uno de los siete históricos fundadores.

Jorge era un lector voraz y militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Iba al colegio secundario con otras víctimas del juicio: Claudio Tamburrini y Norberto Urso. El 22 de noviembre de 1977, a las 4:30 de la madrugada, un grupo de diez matones vestidos con ropas de fajina y de civil, llegaron a su casa de la calle Pilar 1033, en el barrio de Liniers. Llevaban armas largas y perros y no perdieron tiempo. Voltearon la puerta de calle -identificándose como policías-, lo ataron, le vendaron los ojos y se lo llevaron. Los primeros días, sus compañeros vieron como él y Scali tenían cortas conversaciones en privado. Pero el testigo Guillermo Fernández dijo que la relación se fue deteriorando con el tiempo.

Esa amistad no le significó a Infantino una estadía más soportable dentro de Mansión Seré. Más bien todo lo contrario: lo torturaron con saña. A fines de diciembre, lo alojaron en la misma pieza que Tamburrini. Un miércoles los ataron juntos a una cama metálica y les pasaron electricidad a uno y a otro, alternadamente. “Nos hacían preguntas a ambos para tratar de establecer una cierta vinculación entre nosotros (…) por un espacio prolongado de tiempo (…) querían establecer, mediante tortura, una cierta vinculación frecuente, periódica, entre Infantino y yo; a él yo no lo veía desde el año '72, cuando terminé la escuela secundaria; yo no podía aceptar bajo tortura una cosa así”, contó Tamburrini en el juicio a las Juntas. Otra vez, el ex detenido fue testigo de cómo lo torturaban mientras lo interrogaban acerca de un mimeógrafo.

El sobreviviente Gustavo Mensi le contó algo similar a su esposa María Hernández, que lo repitió en el estrado. Conon Saverio Cinquemani, otro testigo que conocía al “Tano” del barrio de Liniers, dijo en la etapa de instrucción que había siso muy torturado. “La última vez que lo vi, le habían pelado la cabeza”. Varias veces, la patota cargaba en uno de los autos cuando salía de operativo. Más de un sobreviviente lo vio entre los captores en el momento en que se los fueron a secuestrar. Entre ellas, Silvia Genovese. Cuando tuvo oportunidad de hablar con él, en Mansión Seré, lo notó muy deteriorado. Infantino le pidió perdón por señalar su casa. “Perdonáme Silvia, pero no soportaba más tanta tortura, no pude más y aflojé”, le dijo. Pero incluso en medio de ese infierno, el “Tano” Infantino seguía siendo una persona muy alegre, que solía hacer chistes y ayudó a los otros cautivos a “mantener la moral” en los meses del cautiverio. Así lo recordó Carlos García, un sobreviviente, durante el juicio.

El “Tano” torturador

Cuando salieron libres, Fernández y Tamburrini fueron a visitar a la familia Infantino para honrar el juramento que se habían hecho entre las paredes de Seré. Le contaron a su madre María Rosa Lupino, su padre Vicente y su tía Isabel Margarita Lupino que habían compartido cautiverio con Jorge en Mansión Seré, y que un vecino del barrio de nombre Daniel Scali actuaba en el centro clandestino como torturador. Su familia no alcanzó a ver a los verdugos de Jorge en el banquillo de los acusados, pero las mujeres declararon durante la etapa de investigación preliminar y sus relatos fueron incorporados por lectura al juicio. Vicente, su padre, habló para el libro del sobreviviente Norberto Urso, “Mansión Seré. Un vuelo hacia el horror”, escrito en 2002, y también anexado al expediente.

Muchos años después, María Rosa testificó en la instrucción que su hijo y Scali “se habían criado juntos, jugando a la pelota. Todos los chicos del barrio eran amigos”. Que jugaban en la plaza Santojani, cuando tendrían entre 15 y 16 años. Y agregó que “supuestamente, esta persona fue quien delató a todos los chicos”. La mujer conocía a la madre de Scali, llamada Lidia Ventrice, y al padre, que era sastre. Que creía que Scali tenía hijos y que le habían dicho que después de la dictadura “se mudó a Mar del Plata y ya no lo volvimos a ver”. Scali dijo ser un simple mecánico de mantenimiento de aeronaves G2 Guaraní hasta julio de 1977. Aunque llegó a ser custodio de Mariani y Comes, los máximos jefes de área, ya condenados en un juicio anterior. Su coartada fue rebatida en el debate: muchos testigos lo nombraron como uno de los hombres más violentos del lugar.

Según la reconstrucción de su legajo –el original no fue encontrado-, Scali ingresó en la Fuerza Aérea como aspirante en marzo de 1971, mientras su amigo empezaba a militar en la UES bajo las banderas del peronismo revolucionario. En 1975 fue ascendido a cabo 1°. Aunque él lo negó, dos compañeros suyos contaron en el juicio que integraron el FT100, que tenía como función primordial el aniquilamiento de las organizaciones político-militares.

La fiscalía que conduce Martín Niklison también cree que Scali fue el delator. Al alegar, dijo que esos episodios compartidos en Liniers “fueron lo que Scali aprovechó para perpetrar las delaciones que terminaron en los secuestros y en algunos casos, desapariciones de sus amigos o compañeros de infancia y adolescencia”.

Promesas incumplidas

Scali nunca cumplió la promesa de salvar el pellejo de su amigo.

En febrero de 1978, al “Tano” Infantino se lo llevaron junto a otro detenido de apellido Astiz. Nadie lo ha vuelto a ver. Fernández dijo que en un momento los fueron a buscar a Astiz e Infantino diciendo que los iban a liberar y se los llevaron de la casa, pero posteriormente, hablando con el guardia apodado “Lucas”, ante sus preguntas, éste le confirmó que los habían matado. Cuando recuperó la libertad, Norberto Urso reconstruyó la tragedia que habían atravesado junto a sus compañeros del colegio secundario y la UES, y la plasmó en el libro ya mencionado. Durante la investigación, se entrevistó con la familia Infantino. María Rosa Lupino le contó que los amigos que su hijo y Scali tenían en común, aquellos que habían jugado en el mismo potrero, siempre le preguntaban al aviador qué había pasado con él. Hasta que un día, Scali explotó.

-No me rompan más las pelotas. El Tano está cinco metros bajo tierra.

Scali siguió las audiencias del juicio sentado en las primeras filas, con el semblante serio. Lupino no pudo repetir esa anécdota delante suyo porque murió hace algunos años. Pero el libro de Urso fue incorporado al expediente, y es una de las tantas evidencias que deberá evaluar el tribunal para llegar el jueves a una sentencia.

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