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24-8-2014|11:05|Redes sociales Opinión
Cuando FB y Twitter van más rápido que el acontecimento

Ignacio Guido, viralización de la noticia y catarsis grupal

La aparición del nieto de Estela de Carlotto inundó las redes sociales y la noticias se viralizó rápidamente. Sarchman plantea que una noticia “que por su propia constitución ya desbordaba la comprensión de los medios tradicionales, se volvió una maraña de voces desafinadas en esa red ya de por sí enmarañada”. “El peligro de la viralización es que simplifica los hechos”, dice.

  • Leo Vaca.
 

Hace un año, comenzó a circular por todas las redes sociales un video que hizo furor: se llamaba “ni una palabra de amor” y cuenta su director, Javier “El Niño” Rodríguez, que la idea surgió de casualidad. Un amigo suyo había comprado un contestador automático en un mercado de pulgas y encontró que la máquina venía con su casette original. Cuando lo prendió, escuchó una serie de mensajes, uno tras otro, de “María Teresa” a “Enrique”. Eran aproximadamente diez y en cada uno, el oyente involuntario podía inferir la historia de amor y desamor entre ambos. Cuando el material ya editado le llegó a Rodríguez convocó a la actriz Andrea Carballo y frente a una primorosa escenografía la hizo, mediante un excelente playback, representar los reclamos, quejidos y demandas de la sufrida María Teresa.

El video no sólo recibió miles de visitas en los primeros días, sino que trajo repercusiones impensadas, incluso logró que aparecieran los verdaderos protagonistas que seguían casados, quince años después, dando consejos sobre cómo sobrevivir a las crisis matrimoniales y haciendo uso y abuso del cliché de la guerra de los sexos. Sin embargo, el aspecto menos explorado fue su rápida circulación y difusión. Dos días después de subido a la red,  el video no sólo era tema de conversación en cualquier mesa de bar o muro de Facebook, sino que muchas frases que ella usaba, comenzaron a formar parte de los dichos populares (“silencio, silencio, silencio, ni una palabra de amor” reclama irritada).

Poca gente reparó en el proceso de viralización. La metáfora, no por evidente, es menos ilustrativa. Cuando hay virus, hay enfermedad, hay contagio en un organismo vivo y hay, en el mejor de los casos, un posible remedio contra la propagación del él. Y sin  embargo, en materia de noticias, la metáfora del contagio funciona de  otra manera. Tal vez menos indeseable, pero no por eso menos patológica.

El 4 de agosto de este año, cerca de las cuatro de la tarde, una noticia comenzó a circular por las redes sociales. “Abuelas confirma que hay un nuevo nieto encontrado”, “corre el rumor que el nieto 114 es el nieto de Carlotto”, “Está confirmado, el nieto 114 es el de Carlotto”, “Alegría infinita Estela, encontraron a Guido”. A las seis de la tarde, las redes sociales, pero también los medios de comunicación tradicionales, no sabían qué hacer con una noticia tan enorme. Porque al contar, por lo menos en ese momento, con poca información, repetían los mismos datos una y otra vez. Que es músico, que vive en Olavarría, que se acercó a Abuelas por propia voluntad, que se llama Ignacio Hurban… para las siete de la tarde ya circulaba una foto suya acompañada por una de Laura, hija de Estela, como un modo de buscar parecidos (luego se daría a conocer la imagen del padre, que en honor a la verdad se parece mucho más).

A la noche el tema ocupaba todos los espacios mediáticos, y había tanto para decir, tantas preguntas por contestar, que en algunos casos el tema incluyó elementos imprevistos. Tal fue el caso de un programa de TV que al invitado de turno, periodista y escritor, cuando se le preguntó su opinión sobre el tema, contestó que se sentía un poco “incómodo” y “confundido”. Casi en el mismo momento, Twitter estalló con voces de repudio ante semejantes afirmaciones. “Hijo de puta, se creen tanto el papel de oposición que ni siquiera pueden alegrarse” “pelotudo! incómodo es tu lugar en este mundo” “mientras hoy vivimos en país mejor, algunos se confunden”.

Un poco más adelante, él explicó que lo que lo incomodaba era la espectacularización de la noticia, como si este nieto restituido fuese más importante que los otros 113. Más allá de lo acertado o no de su afirmación, quedó claro que había algo que no lograba ser entendido del todo. Como si el hecho, en un aspecto no pudiera ser asimilado en bloque, pero que por la velocidad de su circulación, aprehensión y (in)comprensión necesitara ser afirmado una y otra vez. Y cuando algo se escapa, se buscan salidas conocidas.

Y entonces, el acontecimiento enorme, inaprensible, fue sometido a múltiples operaciones. Una de ellas, propia de las redes sociales, fue opinar a todo o nada. “Ahora sí somos un país mejor” “Este es un paso más en el proyecto  de Néstor, vamos Argentina carajo, a la mierda los gorilas!” a respuestas moderadas del tipo "La noticia me alegra pero Carlotto sabe que ni su hija ni su marido fueron héroes, sino asesinos" hasta comentarios contundentes: "Pobre pibe, a pesar de haber sido criado entre gente de bien, no pudieron salvarlo de estos montoneros y encima lo celebran...”

Tal vez por la inmunidad que da el anonimato, las opiniones que aparecieron en las redes, trascendieron por mucho el acontecimiento en sí. Un hecho, que por su propia constitución ya desbordaba la comprensión de los medios tradicionales, se volvió una maraña de voces desafinadas en esa red ya de por sí enmarañada. Una causa que incluye el robo de un bebe ligado a un proceso judicial que recién comienza pero que probablemente en este caso, sea lo menos viralizable. De todos modos, aunque se haya armado un complicado nudo, eso no evitó que cada opinión dejara vislumbrar los efectos de sentido que una sociedad teje.

Todo sucedió como si a mayor cantidad de incoherencias, luchas cuerpo a cuerpo (virtuales) opiniones encarnizadas sobre los 70, pero también, sobre los 80, los 90, y los 2000, taparan el hecho judicial que recién comienza pero que repone temas ya conocidos, pero no por eso saldados, sobre el terrorismo de Estado, la desaparición forzada de personas y el robo sistemático de bebes. El peligro de la viralización es que evidencia la patologización del pensamiento, simplifica los hechos, saca a relucir los imaginarios y las interpretaciones de una manera tan cruel, tan áspera, tan prejuiciosa, que no aporta más que la catarsis grupal, la violencia de un grupo contra otro, tapando no sólo el bosque, sino la capacidad crítica.

Y si hablar de capacidad crítica es un cliché, más cliché es suponer que discutir anónimamente en las redes sociales con otro igual de anónimo, constituye ciudadanos responsables. Por el contrario, semejante intercambio de “opiniones” no hace más que propagar la epidemia. La noticia es que por ahora a nadie le preocupa encontrar la cura… tal vez porque como dice el dicho, el remedio sea peor que la enfermedad.

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